jueves, 19 de agosto de 2010

6891 - Estancada

Un día se me ocurrió que tal vez en algún momento llegaría eso que tanto quiero. Me pareció una buena idea aceptarlo. El problema fue cuando empecé a esperar que esa cosa tan deseada llegara. Con los días se me ocurrió agarrar una silla y esperar sentada. Después me gustó la idea de leer un libro mientras el tiempo pasaba, para no aburrirme. Cuando terminaba el libro me asaltaba un sentimiento de vacío tan grande, que empezaba a leer otro libro, para evitar esa sensación. Y así pasé ochenta años, leyendo y esperando. Cuando estaba ya acostada, muy cómoda pero también muy aburrida dentro de mi estrecho ataúd, a tres metros de los vivos, se me ocurrió pensar que tal vez no tendría que haberme sentado. Eso de ponerse cómodo nos hace quedarnos ahí, por miedo a la incomodidad.
Entre el frío de la tierra y la falta de aire me di cuenta de que iba a tener unos cuantos años para pensar, una eternidad, en realidad. En ese momento se me ocurrió que tal vez había sido un error usar tanto la cabeza durante mi vida, siendo que la iba a usar demasiado durante mi muerte, que es mucho más larga. Pensé, sin posibilidades ya de remediar la situación, como cuando uno piensa en lo que debería haber hecho cuando se va a acostar, que no tendría que haber esperado esa cosa que me incitó a sentarme y ponerme cómoda, hubiese sido más humano y real salir a buscarla, ir al encuentro y estamparme de lleno contra esa cosa, que todavía no se qué es, porque claro, nunca pude conocerla; porque claro, al no saber qué era no sabía que no se movía, que la que tenía que moverse era yo, y porque claro, yo fui demasiado cobarde y viciada como para moverme de esa silla tan cómoda o para sacar los ojos de esas páginas de libros que realmente llenaban mi cabeza de pensamientos y mi vacío de letras en imprenta minúscula.


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