martes, 30 de agosto de 2011

Viajes

Caminaba por la calle con una mochila pesada, descubriendo cómo era todo ahí desde abajo del vehículo que le había llevado hasta allá y que no vería nunca más. Pensaba que era bastante parecido al lugar donde vivía y se sintió confiada, perteneció.
Le dieron ganas de fumar un cigarrillo. Tenía casualmente dos en el bolsillo de su campera, a pesar de que no fumaba habitualmente, doblados y agonizantes. Agarró uno y se lo llevó a los labios, esperando que alguien le convidara algo de calor para encenderlo.
Pidió fuego a un policía, que a su vez le pidió fuego a un chico que estaba ahí parado, en pausa. El chico volvió a la vida para decirle al policía que no tenía y para invitarla a pasar a su casa, porque parecía cansada y parecía que le vendría bien tomar unos mates. Se notaba que le había gustado ella. Se negó. El policía salió de una casa con un encendedor y finalmente encendieron el cigarrillo.
Siguió caminando, mientras fumaba. Se sintió bien.
Conoció a unas personas, dos chicas y un flaco. Se amaron con la mirada mientras las dos chicas planificaban qué pasaría el resto de la tarde.
Siguieron amándose el resto del día, con la mirada, los brazos y el cuerpo. Los labios nada tenían que ver en este romance.
Horas de peligro en las que no recuerdo qué pasó. Sólo me acuerdo del reencuentro entre el flaco y ella, que siguieron amándose en un abrazo.
Y de un segundo al otro, desaparecieron, como en un sueño.
Después me desperté.

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